Vista desde el espacio

Lo que queda de la Escuela. Se notan los cimientos de las salas de kinder a 2do., el de las oficinas y el patio cubierto y el del gimnasio. En el lugar de las salas de 3ero. a 5to. hay mas vegetación. Es muy probable que los dos árboles arriba de la sala del 2do. año los hayan plantado para el dia del árbol el año ´65 y ´66.

Guillermo Herrera ("Memo")

(En la esquina sureste de la Plaza vivía nuestra Encina)




domingo, abril 04, 2004

Recuerdos: Lota y Concepción, años ´60s


"Héctor Parra e Hilda Araya
(El Bío-Bío se vistió de colores y celeste arcilla luminosa en su hogar)

Primera Parte (borrador)


“Y sigo caminando calendarios
Sigo dando vuelta en un reloj
Todo se termina en un suspiro
Y huye alado el eco de la voz
Vuelta y vuelta
Planetas y estrellas
Y vuelta y vuelta
Planetas y estrellas…”


Vuelta y vuelta
Congreso y Gatti

Mi más antiguo recuerdo acerca de los Parra se viene con ese olor siempre presente durante la mayor parte de mi niñez, el que perenne e imparable invade las casas y departamentos de Concepción, en donde la humedad hace nidos en roperos, camas y sillones con su avanzar de anguila anfibia, de congrio curioso de rincón.

Rincones que en esa que fue su casa también habitaban unas botellitas de bebida tamaño liliput y sus cajitas amarillas de madera y otros pequeños artefactos y juguetes que ansiosos esperaban cada semana nuestras visitas.

Al igual que “Pulgarcito”, el poodle de la casa conocido por todos como “El Púlgar”, bola de ricitos negros, señor de la alfombra bajo la mesa del comedor y de otros lugares secretos en donde escondía sus huesos y muñequitos con olor a sebo, el que condescendiente compartía con nosotros los pequeños.

Y en esa de las primeras que fueron…


“Y sigo caminando calendarios
Sigo dando vuelta en un reloj”


Es una tarde de invierno, están acostándome en una cama helada y llorando no quiero que pongan un guatero con agua caliente, es probable que haya tenido algo de un año o poco más, me tapan con las sábanas y dan un autito rojo de modelo de esos de principios de siglo, un “folleque”.

Se viene la presencia cariñosa de la “Mamita Hilda”, a su lado mi madre, las acompaña algún niño de los sus hijos y luego calientito, me arrullan y todo se difumina en un suave sueño, cierran la puerta de la habitación.

Durmiendo feliz en el segundo o tercer piso del edificio frente a la Estación Central de Concepción, mi querido segundo hogar en una de las dos ciudades que simultáneamente me cobijaron cuando niño, se vienen mis historias en “El tiempo del sueño” como lo llaman la gente de Ulurú, allá en Australia…

Eternidad eterna en donde todo es posible.


LAS GRANDES VISIONES del Hombre a la altura de los hombres




En el hall central de la estación de trenes existe un mural que cubre las paredes cercanas al techo, habitan allí los seres que a la altura de los ángeles nos hablan acerca de los mundos que existen en la mente infinita de los hombres.

Ángeles-mujeres que con sus cuerpos color de la tierra nos enseñan nuestros orígenes, con su olor azufroso que inunda sus colores y visiones en la oscuridad de sus secretas humedades.

Las paredes impregnas con el humo del carbón de las locomotoras, enormes moles que resoplando nos llevan al ir o venir de viaje a Lota o en llegando desde la capital, con sus barbas de metálicas ballenas vaporeantes, con su aliento caliente que estremece mi edad menor.

Caminamos este día con mi padre a buscar las maletas al carro de equipajes a continuación de la máquina y del carro de carbón, esperamos también que abran la jaula de “Teobaldo” un perrito chiquito y feroz ratonero que en sus días malos de furia desatada no hacía diferencias entre amos, guarenes y el cogote de “Pulgarcito” quien lo espera a media cuadra de distancia para iniciar el round habitual.

Cruzamos los rieles, el corazón late presuroso ante los monstruos de hierro, subimos por las escaleras de un convoy, bajamos por el otro lado y luego al otro, hemos pasado de un andén al del frente saltándonos los caminos habituales, de lo contrario el “Teobaldo” se irá hasta la siguiente parada.

Luego cargados de equipaje atravesando el hall central con sus ángeles y boleterías y cruzando la Avenida Arturo Prat se viene la llegada a la casa de los Parra, el desayuno calientito o las onces servidas por “La Marta”, emperatriz de la casa, cuyos dominios comienzan en la puerta de la cocina y siguen por su departamento en el interior, también por la despensa y sus aromas a salsa inglesa y otras delicias,: jamón acaramelado, galletas y panecitos.

El té con leche, maravilla que sólo puedo probar en donde la “Mamita Hilda”, con los trocitos de queso derretido en su interior, los que agarro con la cuchara saboreando su maravilloso escurrir dulce-salado y ese aroma a té ceilán, bebida vedaba a mi paladar de niño, obligado a la diaria leche con Milo y pan con mantequilla.

En la casa de la “Mamita Hilda”, oriunda de Valparaíso, con sus costumbres de chilena rodeada de ingleses allá en sus cerros que escrutan el mar, nuestra querida casi abuela pese a que tenía poco más de treinta años en tiempos que mi madre sólo veinticuatro.

Mujer generosa que se confunde en el recuerdo con la existencia de los ángeles-mujeres en los cielos de allá en la Estación, con su semblante de tierra siempre sonriente y plena de actividades y vida compartida con los que traen el mundo y sus sabores hasta nuestra mesa común de viajantes de toda América en nuestros almuerzos, comidas, fiestas y recibimientos al nuevo amigo que se integra o se despide.





“Y sigo caminando calendarios
Sigo dando vuelta en un reloj”


Entre aromas y dulzuras se viene mi segunda navidad en donde “los Parra”. Ese año el “Viejito Pascuero” me ha traído un jeep de latón color celeste; al otro día de tempranito junto a mi padre hemos salido a la plazoleta del frente a probar mi regalo nuevecito, un fotógrafo del diario El Sur hace un clic y de un viaje he aparecido en la página del medio entre otros niños con sus regalos.

Manejando mi pequeño vehículo fui pedaleando en éste por la vida hasta que por defecto en la fabricación de una de las ruedas delanteras se le ha doblado el eje un día, quedando escorado a proa y aún así seguí “echándole pa´elante”.

Al pasar del tiempo e inmovilizado ya totalmente y en espera de una reparación la que nunca llegó y arrumbado contra una pared de nuestra casa en Lota se me ha venido una tarde la idea de pintarlo y así armado con un pequeño tarro de esmalte negro y una brocha que saqué silencioso del estante de herramientas, le di el no-color en todo su lado visible ya que era tan pequeño en ese entonces que no pude moverlo; al despertar de la siesta mi madre ha puesto el grito en el cielo y rauda me ha arrebatado mis artefactos artísticos.

Un tiempo después, un bloc de dibujo, lápices y acuarela aseguraron mi primeramente descolocada afición en una cascada de seres prehistóricos y dragones multicolores y llegando de México de pasada por mi casa a visitar a un amigo en Arauco ellos mis “colegas” trabajando en “La Casa del Arte” definieron mi destino de hombre libre: “El Parra”, Brito y “El Camarena” los “pintamonos” que iban contándonos el cielo posible en la tierra americana con sus pinceles…


UN AMIGO


Que era un oso de franela rosa y negra que alguien se sacó en una rifa y no sé por qué razón llegó a mis manos fue mi compañero en mis primeros años en el campamento minero; calzado con los zapatos que inauguraron mi caminar se mantenía de pie atento como un soldadito en espera de nuestros juegos.

El “Munchi” me acompañó en mi habitación de niño de un año “que dormía solo en su propia cama” como era la norma entre los antiguos y en mi pequeña vida hasta que en uno de los incontables viajes a dejar a Santiago a mi padre que se iba esta vez “de viaje al Brasil en el Panagra”, deslizándose de mi cuidado bajo el asiento en cuanto me dormí en la micro Lota-Concepción que nos llevaba a tomar al “tren nocturno”, fue perdido en sus aventuras y en cuanto llegamos y todos bajándose pues íbamos atrasados, “el Munchi” quedó entre la gente, entre los pies y las piernas de los trabajadores y viajantes…

Así perdí a mi primer amigo…


EL SOL TRAS LA VENTANA


Cae sobre mi camita la que está cubierta con un plumón de gallina envuelto en tela azul piedra a cuadritos, del que asomaban las puntas de las plumitas y apenas me despierto en las mañanas y esperando ensoñando la llegada de los mayores, me doy a tironearlas despacito, hasta que de a una van saliendo con sus pelitos y maravillosamente aparecen de pronto enteras, algunas marrones, otras blancas y castellanas las otras.

Un rayo de luz se perfila en el espacio y las pequeñas pelusas y criaturas que vuelan por el aire se divisan y las tomo entre mis dedos maravillados de tal maravilla...

UNA CASA

La galería soleada de la casa de Parque Luis a donde llegamos provenientes desde Bellavista, villorrio crecido en torno a la Fabrica de Paños cercano a Tomé.

No estando muy seguros “del lugar que le correspondía” de acuerdo a la calificación que hacían en “la Compañía” de los oficios y profesiones de los que eran sus empleados o externos, pusieron a mi padre y a su familia en un barrio de “casas para técnicos” que daba a una bajada empinada que desembocaba allá en “El Pique”.

La oscura estructura de la gigantesca cabria se me aparece como el emblema de su existencia y poder sobre los mineros a los que conducía hacia lo profundo, con sus cascos brillantes y el foco en la frente y en la cintura batería. “´El barretero´ es el que gana más” se viene a mi mente, frase suelta escuchada entre los trabajadores alguno de los días que vinieron por ese entonces.

Estuvimos en ese lugar un algo así como un año y cuyo recuerdo se viene claro en mis mañanas soleadas abriendo la puerta del patio y que el asoma al socavón que conducía a los carros del tren hacia el Pique.

En sus orillas y a ambos lados crecían unos prados en los que pastaban las gallinas de los vecinos y los animales que los pobladores de otros lugares traían a comer.

Las gallinas mis compañeras de juegos en espera de aprender a correr, por ahora en mi triciclo en el que me movilizaba a altas velocidades antes de hacerlo por mis pies y el armatoste similar a cuncuna motorizada que servía de vehículo basurero, un tractor y un coloso con sus hombres que levantaban los tarros con desperdicios y saludaban sonrientes.



Y luego mi amiguita que vivía un par de casas más allá: “El gato se sube a la cama papato”, con su media lengua de niña a la que “algo le sucedía”, tal vez por eso su rabia iba y venía a ratos tan explosiva.

Tal como una tarde jugando ambos en el frente de mi casa, yo montado en mi triciclo y ella con sus muñecas, de pronto algo disgustó a su parecer de seis años y con mis casi dos me veo volando desde la vereda a un metro y medio de altura así como flotando, de pronto siento que estoy en el suelo, una camioneta verde de la Compañía se viene por mi lado y sigue, estoy tirado en la cuneta, supongo habré gritado pues mi madre se asoma y baja rauda a recogerme.

Mi primer desencuentro con el género mujer; al pasar de los años en varias oportunidades me han sucedido estas caídas y ella siempre poderosa allá arriba me contempla en mi despeñar…

Ella, la diosa, bailando al igual que Kali sobre mi cuello…

“Las mujeres no son seres humanos Patrón. No lo olvides” se escucha decir en el viento al viejo Zorba, minero en su mina de lignito allá en Creta y agrega: pero aún así Patrón, de todos los sueños “El mío es éste: un cuartito perfumado, con vestidos de muchos colores, jabones de tocador, una cama amplia y muelle, y, a mi lado, un ejemplar de la especie hembra”. “Pecado confesado, medio perdonado”. “¡Ah, “Bubulina” de mi alma!…

La Naturaleza encarnada agrego, siempre poderosa e inescrutable en sus mil brazos de sol, lluvia y tormentas...



UN "ASCENSO SOCIAL"


Pasaron los meses y los encargados de definir la repartija de las casas en “la Compañía” descubrieron de acuerdo a sus parámetros que en verdad a nuestra familia “le correspondía un lugar mejor” por ser mi padre “un ingeniero”, así es que rápidamente fuimos llevados hasta un nuevo hogar.

Nos habían dado un caserón de madera en el lado noroeste de la Plaza de Lota Alto; pero de acuerdo con “Don Víctor Jensen”, hombre amigo con mi padre cambiaron sus respectivas casas, pues “Don Víctor” y su docena de hijos no cabían en la que le correspondió en el sorteo que luego fue la nuestra.

Con su pick-up Datsun llena de niñitos pelirrojos los veo yéndose a “la casa de palo” y sanseacabó

Tiempo atrás escribí sobre esa época:


“Ese hombre mi padre, que no era de izquierdas y sin embargo recogía diariamente en su brillante Morris Minor a algunos de los muchos mineros sudados de caras negras por el polvillo de carbón, los que caminaban cansados por la orilla del camino de vuelta a sus hogares en los pabellones; costumbre inusual en un campamento clasista y de segregación en donde no atendían en el hospital para empleados al minero con su hijo enfermo ardiendo de fiebre en sus brazos; en donde habían escuelas para los niños de obreros y otra para niños de empleados; en donde había casas para obreros, para técnicos y otras para ingenieros; un casino de empleados y otro de obreros…

Mi padre, el que en una de las únicas oportunidades en que pasamos la Nochebuena en el mineral y no en la ciudad en donde “El Parra” con los amigos como era la costumbre, le regaló los animalitos del pesebre a unos niños que pasaron pidiendo comida en esa noche de Navidad del año 1965.

Los niñitos se fueron contentos y junto a mi hermana, dolidos no entendimos en ese entonces su gesto…

Todavía hoy trato de hacerlo mío…”





Antigua postal de mineros de Lota bajando a la mina. Sin duda, la presencia de niños entre los obreros, inspiró a Baldomero Lillo para su relato "La compuerta N° 12", (publicado en Subterra, 1904) donde describe con crudeza y dramatismo la incorporación temprana de los niños a las duras faenas en las minas de carbón del sur de Chile.



PANTALÓN CORTITO (en un nuevo lugar)



Años felices allá en Lota en mi casa frente a la Plaza del Minero con sus veredas rojas, calle Arturo Alessandri 182, teléfono 287; un bungalow de ladrillos a la vista al lado de las casas de segundo piso en donde entre otros vivían “las visitadoras” como eran llamadas las asistentes sociales de ese tiempo y que luego ocuparon los Muñiz, más allá Genaro Moraga y su familia y en la esquina los Garcés y cuando ellos fueron a Santiago llegaron los Clark y entre medio de todos alguno otro que se me olvida.

Al frente vivía la encina, el árbol nuestro regalón que llegaba hasta el cielo, desde donde cual estrellas fugaces caían las bellotas con las que llenábamos nuestros bolsillos con sus pequeñas y mágicas existencias de huevos vegetales; por las tardes venían los niños de allá en los cerros a recogerlas para darle a sus animalitos que engordaban en Lota Bajo.

Al centro de la plaza un minero de bronce que sube por su escalera desde el fondo de la tierra, así como nosotros subíamos por él y agarrados colgando de su cuello y por su espalda poderosa remontábamos desde la oscuridad hasta el sol…

Más allá la piscina y al llegar al fondo el bosquecito que bordeaba a la plaza por el lado oeste, en una de sus esquinas “El Kiosco”, en donde tocaba la banda los días de fiesta y que servía en la semana para “pololear” a las nanas y siguiendo el caminito entre los árboles y de abrupta bajada llegábamos a la escuela, nuestra querida escuela de ladrillo con ventanitas verdes.

Por el otro costado en el lado norte de la plaza y en donde hoy se encuentra un descolocado y gigantesco Banco Estado, en ese tiempo una bajadita que entre los árboles que eran encinas permitía asomarse a una quebrada y al valle que seguía a continuación en donde existía Parque Luís.

Cae el sol entre esos árboles y esa tarde nos fuimos a buscar ardillas en los agujeros de sus troncos, de esas que vivían en las revistas, ardillas que nunca aparecieron; pero la alegría fue nuestra entre risas y carreras.

Los nombres se me esfuman pero sigue estando la presencia de los que sin temor recorríamos las callecitas y rincones que rodeaban al Parque y su entrada con leones. A uno de sus costados por un pequeño sendero se llegaba a la casa que también fue de Genaro Moraga, con su estanque con lotos en donde en los veranos nadaban sus hijas adolescentes.

Vecina a mi casa, la de huéspedes con sus dos pisos y la escalera metálica que daba al callejón, desde donde nos descolgábamos por sus patas similares a la barra con que Batman descendía a la baticueva. Un mal día estuve colgando a un par de metros de altura unos minutos interminables, sin poder abrazar con mis piernas el tubo y sin poder ya subir pues los brazos no me daban para encaramarme nuevamente.

En otras oportunidades la vida me ha puesto en situaciones similares, colgado entre los mundos.


“Y sigo caminando calendarios
Sigo dando vuelta en un reloj”


Hoy miro por la ventana, tras los techos de las casa se divisa el mar, a la izquierda el bosque que protege al pueblo del avance de las dunas, son las 11:30 horas de un día soleado y frío de mediados de agosto en otro pueblo un par de cientos de kilómetros más al norte.

Mis dos pueblos queridos, Lota y Curanipe, sus playas, los roqueríos, el viento…

El Parque que fue de doña Isidora, por su lado norte se podía ver la Playa Blanca y la subida del Polvorín, por el sur el muelle con los barcos que esperaban zarpar hacia el mar adentro…

Muelle desde donde llegado a su oficina y elevado en el cielo un día por un fuerte vendaval uno que fue querido amigo de mis padres, el recordado Leonel San Martín y su maletín en donde llevaba el jornal de los trabajadores fue transportado por los aires cargado de billetes que se desparramaron por el mar…

Presurosos lo rescataron y al jornal que flotaba en la bahía meciéndose en las olas.

Vivía junto a su esposa “la gringa Papic” y sus hijos en la subida de Los Tilos, en una casa hermosa a mitad de un cerro a la que se llegaba por una serpenteante calle peatonal de escaleras que iba hacia Lota Bajo y por un empinado callejón que un cacharro viejo de los años cuarenta que manejaba la “Tía Irma” y el que subía y bajaba rugiente frenando apenas al llegar arriba o abajo recorría diariamente.

Gente linda y buena de la que sólo recibí amistad y afecto en mi edad de niño.

Mientras mi madre charlaba en esas muchas tardes tibias de sol y fraternidad en el living de la casa o en el comedor, yo recorría sin límites los rincones de la casa: la puerta secreta bajo la escalera, mina de revistas y libros y pequeños objetos, juguetes viejos que habían sido de los en esos días sus hijos adolescentes, tarjetas postales y mi hermana en el segundo piso jugando con las muñecas y mirando por la ventana.

Al pasar de los años y una vez Leonel fue jubilado de “la Compañía”, compraron un pequeño campo en La Florida lugar cercano a Concepción, se mudaron allí junto a “la Tina”, su hija menor, dedicándose a disfrutar del descanso merecido de gente casi habitantes por derecho propio del lejano y perdido Paraíso.

Hoy, en días en que yo mismo soy casi un viejo y en ese tiempo un niño, supongo habrán regresado ya al tiempo eterno del sueño donde me estarán esperando para seguir juntos nuestro viaje por el Infinito.

Teatro de Lota Alto
c. 1950

“LOS NIÑOS DE LA ENCINA”


A fines de 1968 y una vez terminaron las clases en nuestra escuela, nos trasladamos hasta Concepción, años felices de una época del Lota minero que para nosotros llegaron a su fin…


EL EDIFICIO LA PATRIA


En calle Colo-Colo, entre Barros Arana y la calle de más al norte y a pasos de la Lotería de Concepción, de la casa Amarilla con sus instrumentos musicales y al frente el almacén de cecinas con sus vienesas y el jamón ese tan rico con sus bordes dulcecitos se encontraba en el cuarto piso la casa de los Parra; una vez se mudaron del que estaba ubicado frente a la estación de trenes, llegaron a este departamento ubicado en pleno centro de la ciudad universitaria y su movimiento.

Los ascensores que a veces se quedaron detenidos entre los pisos y nosotros en ellos, generaron a mi pesar una serie de pesadillas que me siguieron durante mi infancia en los que me movilizaba en ascensores que subía y bajaban hacia ninguna parte.

Pero una vez adentro nos recibían las cerámicas gigantes que se ubicaban por los pasillos y los ventanales, los recuerdos de los viajes por América y entre éstos nuestro compañero de juegos, un burro de color azul y negro con un sombrero, que al parecer “El Compadre” trajo de Perú o de Ecuador y que gordo y relleno de paja nos servía para galopar sobre él por los pasillos, hasta que al pasar los años se fue gastando por las patas y asomándosele los alambres y sacos con que estaba construido, luego de apoco se le empezaron a salir las tripas hasta que alguna vez fue desapareciendo y ya no volvimos a verlo.

La humedad- más feroz que en el otro edificio- hacía que las camas tuvieran que ser planchadas antes de ir a dormir, pues los calefactores eléctricos se mostraban incapaces de calentar las habitaciones, resultando en que el acostarse y tiritar eran una y la misma cosa..¡brrrrrrrr!...qué frío más grande en nuestro segundo hogar.


EN DONDE…


Los hombres de nuestra pequeña tribu que habíamos formado siempre estaban de viaje o trabajando, así es que de común acuerdo que las circunstancias fueron construyendo así como a un día le sigue el otro se hizo de hecho una familia que estaba formada por mi casi abuela “la mamita Hilda”, sus hijos adolescentes y su casi hija, mi madre y nosotros sus casi nietos, más un montón de adolescentes semi abandonados de sus padres los que encontraban refugio en nuestras tardes de onces y comidas.

La casa siempre llena de amigos, que venían o iban a los “clásicos” estudiantiles, de reunión del liceo, a “la peña” y en la discorola, sonando en sus versiones de disco 45 r.p.m. las canciones del neo-folclore.

Supongo no pudo haber habido un ambiente mejor para formar a niños con la mente abierta y al mismo tiempo peor para hacerlos “ladrillos del Muro”, “la Rosita” en sus clases de cobre esmaltado y las de cerámica, “la abuela Ana” la madre del “Compadre Parra”, matrona poderosa que arrastraba al “abuelo Cifuentes” con ella y unas cajas de plátanos con figuras de conchitas para la exposición naciente del Parque Ecuador y sus artesanos venidos desde toda América.

“Cifuentes no come huevos” solía decir la “abuela Ana” ante el ofrecimiento de huevos revueltos a la hora de la once y Cifuentes el padre putativo de su hijo se quedaba con su pan con mantequilla y casi “reventándosele la hiel” para no caer en las iras de aquella feroz señora y de la cual venían las capacidades y méritos artísticos del “Compadre Parra” quien había estudiado ingeniería en la Santa María, allá en Valparaíso y desde donde cada año cíclicamente nos visitaba su progenitora.

De pasadita se me viene la imagen-presencia de “Brito” yendo a “agenciarse” algo con la nana en la cocina, a conseguir algo para el almuerzo a esta hora de la casi once.

Fueron pasando los años y Brito todavía soltero sigue apareciendo con una sonrisa suave y siguiendo con su “Hola” y de paso a la cocina. Al tiempo después casó con una asistente social, se compró una “citrola” y de a poco fue desapareciendo en una familia propia a la que nunca conocí…

Algunos protagonistas de esta obra que montó la vida unidos por un hilo que hilvana como a abalorios a Valparaíso, a Lota y a Concepción…
(continuará)

Dedicado a Valentín A. que en la lejana USA sigue siendo un “Niño de la Encina” por derecho propio…


Juan Contreras Bustos - 01.09.06

2 comentarios:

osm18 dijo...

türk sikiş

Luis Benítez Carrasco dijo...

Maravillosa narrativa, llena de amor y emociones, mis felicitaciones.-